jueves, 9 de febrero de 2012

I walked with sam peckinpah


http://emilioelmoro.blogspot.es/img/grupo.jpg 

http://emilioelmoro.blogspot.es/img/Sam.jpg I WALKED WITH SAM PECKINPAH     


 Una fría mañana de sol salí de casa, cogí el coche con la intención de encontrar el enigmático paraje de “La Cerca”. Camino de Aguilar me encontré con el pastor marroquí que lleva el ganado de Santos y me ofrecí, como después me ha vuelto a pasar varias mañanas, a acercarlo al cruce con la nacional 211; él aceptó gustosamente dados los 8º bajo cero que impregnaban la mañana. Una vez llegados a nuestro destino le pregunté si sabía por dónde quedaba el paraje de “La Cerca”. Él me dijo: “Sí, claro, unas piedras antiguas, sigue la senda que lleva a torreta de cables de luz y seguro por allí tú la encuentras”. Me despedí de él, avancé unos quinientos metros más con el coche hasta aparcarlo a un lado del camino que crujía por la fría helada.


Me dispuse a andar buscando “La Cerca”. Es un lugar lleno de misterio según cuentan los lugareños. Se le atribuyen orígenes celtibéricos, de asentamiento de tropas romanas y hasta de un tribunal de la Santa Inquisición; hay quien dice haber encontrado una piedra en la que se ven marcas de hachazos que desbordan la imaginación del que busca el secreto de la piedra y que hacen pensar en cabezas cercenadas en un oscuro pasado medieval. Hace años se realizaron grabaciones en las que se pudieron escuchar extraños gritos y en más de una ocasión se han podido ver grupos de personas formando círculos de energía. Lo que sí parece claro es que se trata de un lugar con cierto magnetismo.

Con todas estas cosas iba yo en la cabeza mientras avanzaba entre el matorral mojado por la escarcha, hasta que el sol me sorprendió bajo los cables de alta tensión. Ya arriba pude ver un largo muro de una paridera junto con un par de casillos, de principios del siglo XX, semiderruidos. De repente el sol se ocultó. Tras un marco de madera carcomido, que desafiaba leyes gravitatorias, vi un corzo a menos de dos metros de mí. Se quedó paralizado durante un par de segundos y después salió dando saltos entre el accidentado terreno que había dispuesto la derruida paridera.




En ese preciso instante recordé la secuencia de créditos de presentación de “The Getaway” (La Huída) de Sam Peckinpah, en la que se contraponen imágenes congeladas de Steve McQueen,  de las máquinas en las que trabaja dentro de la cárcel y también de un corzo (la libertad) saltando junto al muro y la alambrada; todo ello con un continuo sonoro de poleas y rodamientos en cadena que alteran el ritmo cardiaco del espectador. Corrí tras el animal y pude ver otros tres corzos que se habían juntado con él en la lejanía. Los cuatro se habían parado a observarme, casi desafiantes. Por un instante llegué a pensar que vendrían hacia mí. “The Wild Bunch”. Grupo Salvaje.
Bajé por una ladera y por fin pude ver la forma de la demediada muralla de “La Cerca”. Lleno de entusiasmo por llegar hasta allí, apenas si pude escuchar el golpe seco de unas portadas de madera del antiguo caserón que, rodeado de un cercado de piedra caliza, quedaba a mi izquierda. De él salía un hombre con descuidada barba blanca y un pañuelo en la cabeza, que andaba cabizbajo. Llevaba un tres cuartos de color verde oliva, como de militar, unos pantalones vaqueros y, según se acercaba, también me pude fijar en sus cuarteadas botas marrones cubiertas por el barro al igual que las mías. Me saludó con un marcado acento norteamericano y me dijo que estaba recorriendo la zona pues parecía un buen lugar para rodar exteriores. Yo le dije que era una gran idea, si obviábamos el inconveniente de que él llevaba veintiséis años muerto. No le sorprendió nada mi observación.
Seguimos andando hasta “La Cerca”, por el camino nuestras botas chapoteaban sobre un arroyuelo proveniente del deshielo.

Piedras apiladas en riguroso desorden flanqueaban la entrada y un socavón longitudinal dejaba ver los restos de una muralla defensiva. Esta tierra agreste poblada de marojos y chaparros rezuma atemporalidad y rememora una raza de antihéroes de western crepuscular. Paraíso de vencidos en su última oportunidad para volver a demostrar que toda una vida de fracasos no ha sido en vano. Patio de recreo dónde Pike y Dutch ríen a carcajadas mientras suenan rancheras y corridos desde Aguascalientes. Los niños, con sus ojos brillantes de alegría en la misma medida que de pobreza (pero no de miseria), corren riendo alrededor suyo hasta que se sientan a mirar como beben. Se contagian del etilismo de la amistad que ven entre las llamas de la hoguera que prende fuego a los últimos días de quienes no tienen nada que perder.

Pikes y Dutches, Holdens y Bornignes… Quijotes y Sanchos que pisan con los cascos de sus viejas monturas acres de tierras por las que nadie dio nada.

 - Después de ver cómo degollaban a su compañero Ángel, el mexicano, sólo les quedaba la opción de matar a Mapache en un acto suicida, ¿verdad? – le dije según cruzábamos la entrada.
Asintió con su mano en la barbilla mientras cogía una piedra del suelo. Vi cómo sonreía creyendo haber encontrado un resto de cerámica anaranjada de otros tiempos.
- Teja. Es un trozo de teja – le dije sin afán de desilusionarlo.
- Anillas. Un montón de anillas que no valen una mierda – dijo mientras lanzaba la piedra que había recogido.
Los dos nos miramos y empezamos a reírnos casi compulsivamente. Después, silencio.
Volvimos caminando juntos hasta el lugar en el que nos habíamos encontrado y nos despedimos con un “hasta pronto”. El horizonte se tragó su figura y sé que él, cómo yo, miró hacia atrás antes de que esto sucediera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario