LOS DIABLOS DE LUZÓN
"Cuarenta
días antes del equinocio de primavera, la tierra se abrirá y los Hijos de Luzbel
emergerán dispuestos a levantar un trono donde reine su padre, que camina
noctámbulo desde que fue desterrado del Cielo". LIBRO IV de Jonás.
Queda
poco tiempo. Cuando se ponga el sol tendremos que partir de nuestras casas y
estar preparados, antes de las luces del alba.
Desde
el principio de los tiempos nos enfrentamos a ellos dándoles muerte en una
encarnizada batalla.
Los
lusones, Hijos de Luzbel. Engendros de piel viscosa color betún armados con una
descomunal cornamenta. Sombras que sólo encuentran luz en el blanco de sus
dientes y ojos cuando vomitan alaridos de caos y destrucción. Cuerpo de hombre
y cabeza de toro con rabo que termina en punta de flecha. Garras por manos y
pezuñas donde debería haber pies. Músculos duros como piedras templados en las
llamas del infierno, bajo la tierra de Luzón, lugar donde cayó su padre
arrojado desde el Cielo.
Cada
100 años en Luzón, entre robles y marojos, las rocas se quiebran para verlos
nacer. Nacidos con cien años de vida, con cien años de odio, con cien años de
ansiado deseo de encontrarse con su padre para entregarle en la Tierra el reino
que no pudo tener en el Cielo. Al nacer, sus gritos se hacen eco en barrancos y
gargantas, son los llantos desgarrados del hijo que reclama a su padre.
Nosotros,
los Hijos de Jonás, tenemos cuarenta noches para exterminarlos. Ese es el
tiempo que nos dio nuestro padre. Cuarenta noches para matarlos a todos, o el
sol nunca más volverá a salir. Después consumaremos con nuestras mujeres y
tendremos a nuestros hijos que cuando cumplan mil lunas nos vencerán en un duelo
a espada, un duelo a muerte. Si no lo lograsen, padre e hijo tendrán que morir
por la misma espada. Sólo un Jonás que ha vencido a su padre puede vencer a un
lusón, hijo de Luzbel.
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La
primera tarea que me encomendó mi madre fue la de criar un licando, el cachorro de una loba fecundada por un tasugo. Nuestros
licandos nos acompañarán durante la batalla. Sus serrados colmillos harán presa
en las extremidades inferiores de los lusones, de las que no se separarán
nunca, jamás. Las mandíbulas del licando permanecerán aferradas a los correosos
tendones del lusón incluso después de que este haya separado la cabeza del
cuerpo.
Preparamos
nuestros cuerpos. Nos enfrentamos en largas jornadas de lucha con nuestros
compañeros y hermanos.
En
nuestro entrenamiento nos convertimos en nuestro enemigo. Impregnamos nuestros
cuerpos con guisehl, mejunje de placenta de vaca macerado con el hollín que las
hogueras dejan a la entrada de nuestros hogares. Cuevas. Permanecemos con los
ojos cerrados mientras nuestras mujeres untan con sus manos el guisehl cubriendo hasta el último rincón
de nuestra piel desnuda. Olemos como ellos. Sujetamos fuertemente a nuestras
cabezas, con tiras de cuero, las cornamentas arrancadas por nuestros
antecesores a los lusones. Peleamos entre nosotros hasta conseguir desligar la
cornamenta del adversario y caer exhaustos con ella en las manos. Para nosotros
es como un juego de niños, pero sabemos que muchos de nosotros moriremos
intentando arrancar los cuernos de un lusón. Así es como se quita la vida a un
Hijo de Luzbel, mientras posean sus cuernos son inmortales.
También
medimos nuestras fuerzas enfrentándonos a la encarnación de Ptah, el dios Toro.
Corremos tras de ellos, los acorralamos y en un combate cuerpo a cuerpo, con
nuestros brazos como únicas armas, desencajamos los cuernos de su osamenta.
Toros negros como la noche. Intentamos darles una muerte honrosa, si es que
alguna muerte lo es. Nosotros también sangramos. No somos inmortales, pero
tampoco somos hombres. Somos los Hijos de Jonás.
Hombres.
Espectadores de nuestras batallas a lo largo de los siglos. Ellos festejan el
nacimiento de los Hijos de Luzbel con un rito llamado Khar-Navall. Se tiñen de
hollín impregnado en aceite y se disfrazan con cuernos de buey en sus cabezas. En
sus bocas colocan blancos tubérculos tallados que simulan las desgarradoras
dentaduras de los diablos. Corren por
las calles de Luzón en una burla infame, gritando al son de los cencerros que
penden de sus cinturas. Necios ilusos. Llegará el día en que nosotros no seamos
los suficientes para poder aplacar la venida al mundo de los lusones y entonces
será el fin de sus risas y burlas. Pero hasta que ese día llegué, los Hijos de
Jonás mantendremos la tierra libre de esos diablos infernales.
Esta
mañana hemos realizado nuestro bautismo de hielo en el río Tajuña. Estamos
listos. Nos dirigimos al Ceño del Ojo. Ahí, los cercaremos en el desfiladero de
rocas calizas. Junto a nosotros estarán rabiosos nuestros licandos, prestos a
probar la sangre lusona.
Mañana
comenzará la batalla que durará cuarenta noches. Somos pocos los Hijos de Jonás
que quedamos vivos después de tantos siglos de lucha, pero los suficientes para
creer en la victoria. Los lusones morirán y nosotros volveremos a nuestras
cuevas portando sus cuernos como trofeos.
Mi
nombre es Jonás Layna. Mañana será mi primera y última batalla.
Publicado en el Fanzine "La Gallina" de Juan García Rodenas con motivo expreso del Reto Fanzine 2013 (Albacete)
Verdaderamente... prefiero las jotas. El relato es un tanto tenebroso aunque solamente se refiera a lo que se refiere. Salu2.
ResponderEliminarJajaja gracias Alfredo. Es que lo mismo me canto una Jota que me escribo un relato de ficción, luego al gusto.
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